Depresión mayor. La historia de un alta.

17 julio 2015 por Serenamente

He de reconocer que tengo un vicio secreto. Cuando doy un alta, pido a mis pacientes un pequeño escrito, una redacción, en la que cuenten cómo han vivido la relación terapéutica desde su lado. Esto me ayuda a ver que ha resultado de utilidad a cada paciente y progresar en mi labor; He de admitir que mis pacientes casi siempre me sorprenden. Muchas veces el clic se produce en cosas y momentos diferentes a los que yo pienso, no ha sido tal o cual técnica, si no los momentos de conexión y compresión íntima los que les han ayudado a verse de otra forma.

Hoy me gustaría compartir el escrito que me ha dado una paciente (con su consentimiento) que acudió a mí con una Depresión mayor (según el DSM-V de la Asociación Psiquiatrica Americana) o un Trastorno Depresivo Recurrente Moderado (según el CIE-10 de la OMS).

Este trastorno del estado de animo se caracteriza por los siguientes síntomas (no es necesario tenerlos todos, pero si 3 o 4 de ellos durante un tiempo determinado)

  • Humor depresivo recurrente e invasivo.
  • Perdida de la capacidad de interesarse y disfrutar de las cosas.
  • Reducción de la actividad y cansancio exagerado.
  • Menos atención y concentración.
  • Perdida de confianza en si mismo y sentimientos de inferioridad.
  • Ideas de culpabilización y de inutilidad.
  • Perspectiva sombría de futuro.
  • Pensamientos, y en algún caso, actos suicidas o autoagresivos.
  • Trastornos del sueño.
  • Pérdida de apetito.

En el caso que nos ocupa es una mujer casada pasados los 50 años con dos hijos adolescentes. En el momento que acude a consulta presenta humor depresivo, perdida de la capacidad de interés y disfrute, reducción de la actividad, perdida de confianza, autoculpabilización, perspectiva sombría de futuro y pensamientos suicidas. Llevaba un tiempo medicándose con antidepresivos sin mejoría aparente. En colaboración con su psiquiatra, mantuvimos la medicación hasta que esta ya no fue necesaria en el mes de enero de este año.

Ahora, en el momento de la despedida, tras habernos conocido ella y yo, me presenta este escrito, la crónica de su terapia y su evolución como persona:

«¡Vivo!, tengo una vida que quiero vivir. Hace unos mese me resultaba un trabajo forzoso esto de la vida y me limitaba a estar ahí. Quizá lo único que me faltaba eran fuerzas o decisión para terminar con aquello que se me estaba haciendo excesivamente largo. Afortunadamente pude ver, pude darme cuenta de que aún me interesaban muchas cosas en este mundo, que no podía ser tan injusta y cruel con los demás. Me sentía como en una barca en medio del mar, esperando que los otros me llevaran de aquí para allá, lo mismo a Calcuta que a Madagascar, que a Robledo de Chavela. Ahora yo quiero ir y dirigir la barca donde me apetezca; Claro que habrá tempestades que compliquen el viaje, pero también habrá, los hay ha de hecho, muchas playas, muchos puertos con muchas cosas que vivir.

He vivido un proceso en el que he salido de la oscuridad a la luz. Era muy fácil, simplemente tenía que seguir el resplandor, pero hasta para eso hay que querer. La luz no era para mí, no me la podía permitir, eso era cosa de los demás. No solo no era no ir hacia la alegría iluminada, si no que no podía cometer tal pecado, no, yo no, yo era un búho. Pero se me ha hecho que pruebe, que abra las alas y me mire a un espejo. ¡Coño! Si soy una pata salvaje, mi ave más envidiada, ella puede ir donde más le plazca. Mis alas tienen colores, mis plumas son de colores y puedo volar ¿Ves? La luz no es mala. Menudo descubrimiento, eso ya lo sabía, mucha gente vive en esa luz, pero lo grande es que yo también puedo. Y vivo en una bandada con muchos más patos, aunque también puedo acurrucarme en la orilla de un estanque. No tengo que esperar a que me inviten a salir al aire libre, ni tan siquiera quiero esperar a que me llamen para despreciar la invitación. Puedo ir cuando quiera y como quiera. Muevo así las alas y ¡Hop! vuelo, vuelo yo sola. Me gusta volar. No era un búho, no soy un ave nocturna aislada en mi mundo. Mi mundo son muchos mundos, se orientarme sola, se volar con los demás y hasta se no volar y quedarme parada a la sombra.

Todo eso ya lo sabía hacer, pero no sabía que lo sabía. No quería abandonar la vida de búho, pero el ponerme ese espejo delante de mí fue lo que me convenció, una pata. Antes tuve incluso que creer que el espejo era un espejo, que no reflejaba una imagen piadosa de mi misma. Los espejos solo reflejan lo que es, al menos este me reveló lo que yo soy. Y ahora, digan lo que digan, no dejo de ser una pata salvaje y me gusta, me gusta abrir las alas y ver mis colores. Los cisnes gustan más, pero bueno, ¿quién me dice que no puede ser un cisne? ¿quién me dice que no puedo ser cisne, leona, caballo, delfín…? Nadie puede saber todo lo que puedo ser. No lo sé ni yo, pero lo que sí sé, es que yo decidiré en que me voy convirtiendo, porque me queda mucho por volar, correr, nadar, comer, catar, dormir, jugar, disfrutar y sobre todo, vivir.

Pues a vivirlo y a agradecer al señor del espejo el que lo aguantara delante de mí, aunque me resistiera a mirarlo. La luz estaba allí y solo tenía que ir hacia ella, pero había que querer y darse permiso.

Muchas gracias.»

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